Aún era pronto para barruntar una final española, pero tras apear en cuartos de final al Tottenham tras una exhibición en Londres, todo lo que le quedaría al Sevilla por delante serían ya rivales nacionales. Osasuna logró un hito histórico alcanzando las semifinales, y aunque se impuso en El Sadar, no pudo con el tren blanquirrojo en la vuelta en Nervión. Por su parte, el Espanyol, dejó fuera a Benfica y Bremen para darse cita en la segunda final de la UEFA de su historia. Tocaba Glasgow, otra de esas ciudades que significan hoy mucho para la afición sevillista y que ofreció a todos aquellos ilusionados viajeros una lluvia incesante que se acabaría tornando en la mayor de las alegrías.
A diferencia de lo del año anterior, esta no iba a ser una final sentenciada en la que diera tiempo a paladear, dentro de la incredulidad, lo conseguido. Hubo que esperar hasta una increíble tanda de penaltis en la que Andrés Palop confirmó su papel de héroe durante toda la competición. Hasta tres paradas realizó el valenciano, para acabar bloqueando el tiro de Marc Torrejón que prolongaba un año más el reinado nervionense. Hasta casi el centro del campo logró llegar el meta, por mucho que sus compañeros intentaran frenarle en el sprint más feliz de su carrera. El Sevilla FC volvía a mandar en Europa. Era 16 de mayo y el sueño solo había hecho que comenzar.
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