En el Philips Stadium de Holanda, Luis Fabiano conectaba un tremendo cabezazo a pase, muy lejano, de su compatriota Daniel Alves. Era el minuto 25 de partido y, desde entonces, cada uno de ellos que transcurría se hacía eterno para ver señalar a Herbert Fandel el final. Pero el destino le tenía preparada a la afición blanquirroja una noche inolvidable a falta de poco más de veinte minutos para la conclusión.
Maresca, remachando con fuerza un rechace en boca de gol y, posteriormente desde fuera del área, llenaba de gloria los casi 15.000 asientos ocupados por la afición nervionense. Fréderic Kanouté, con todo ya sentenciado, acompañaba a su gol con ese gesto con sus manos que también quedó en la memoria: se acabó, somos campeones. Esa noche lloraron todos; los que jamás pensaron ver al equipo de su alma completar gesta tan grande y, los que viendo a estos, incrédulos ante todo, por inercia derramaban lágrimas incontenibles.
Javi Navarro alzaba al cielo holandés la primera copa de la UEFA Europa League, grabando en oro, sin saber todo lo que vendría después, el definitivo salto del club del Ramón Sánchez-Pizjuán a la mesa de los importantes. Al año siguiente llegó Glasgow, Mónaco, Madrid… También Barcelona, Turín, Varsovia y Basilea… Pero, sin lugar a dudas, Eindhoven fue la ciudad que definitivamente marcó el camino, señaló la senda correcta el futuro. Por eso, Eindhoven fue el primer día de nuestra nueva vida.
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